REFERENCIAS INTERTEXTUALES

EL POST-HUMOR

Que la comedia es, junto a la animación, el género más en forma de este nuevo siglo en el cine norteamericano, recibe pocas objeciones. Los Alexander Payne, Christopher Guest, Wes Anderson, Will Ferrell, Ben Stiller, Todd Philips, Jake Kasdan, o la Judd Apatow family son botones de muestra con bastante diámetro para sujetar el tinglado de un género popular, que ha tenido la estupenda clarividencia para no resistirse a postmodernismos: sin miedo a devorar el pasado, recoger bagaje y sofisticar la propuesta del humor en un collage tan estimulante como el background constante que es capaz de evocar en cada propuesta. Vemos una pelí de Greg Mottola y sabemos que adora a Richard Pryor, Chevy Chase o John Candy, además de tener tanta delicadeza y emoción latente como el mejor John Hughes.

LA VERGUENZA AJENA

Directores jóvenes como Jared Hess siguen modulando el molde al estilizar un género que se atreve a incluir la vergüenza ajena como sello personal, así como cierta cosmovisión de vida nerd que planta semillas de aquello que se ha denominado post-humor: ese territorio fascinante donde la comedia juega a dejar de ser comedia, el espectador tiene ganas de abandonar el visionado, horrorizado ante las dosis de vergüenza ajena que se le meten por vena, pero las referencias populares que se plantean alimentan una nostalgia que terminan provocando su aceptación, a pesar de que la vida se percibe miserable y patética.




SITCOM


Una vuelta de tuerca al género de la comedia que sin duda el soporte de ficción televisiva ha corregido y modulado a la perfección: The Office (sobretodo el original británico de Ricky Gervais) o la inefable sitcom de la HBO, Flight of the Conchords, son claros ejemplo de piezas de post-humor cubiertas de sal gruesa. Aunque lo que más fascina de todo ello es la capacidad de tergiversar todavía más dicha renovación y aportar a la ficción un juego metatextual donde el falso documental parece rozar la epidermis de la vida real.



MOCKUMENTARY
La sitcom clásica  todavía perdura, pero los estilemas autorales  del nuevo humor (o post-humor)  aportan un cariz de apertura desde una nueva ocularización: la cámara nos muestra a unos personajes que amplían el territorio de ficción para acercarlo a nuestra cotidianeidad. Hablan frente a cámara y son pillados en segundo plano logrando una relación espacial de conjunto que nos evoca una espontaneidad en cuanto a lo que podemos ver y al mismo tiempo conocer, y ello no tiene porqué ser gracioso aunque dichos personajes lo pretendan: el nuevo autor de comedia se divierte dejando en ridículo a los graciosillos de turno. Ya no existen risas enlatadas, lo que se congela es el rictus del espectador al ver (y reconocer) el patetismo al que puede desembocar el ser humano; algo así como el sudor frío que corre por el cogote del prota del sketch chanante de El Monologuista Mierder.

LA INSTITUCIÓN FAMILIAR

Hoy día, uno de los éxitos de audiencia en cuanto a serial cómico se refiere que más fácilmente sabe aunar esos tres rasgos: sitcom clásica, mockumentary y post-humor, ha cosechado numerosos premios así como sabe congeniar con cualquier tipo de público objetivo. Modern family, propiedad de la ABC, propone en sus capítulos de veinte minutos lo que siempre nos han reportado las sitcom familiares desde un humor blanco y poco dañino, al mismo tiempo que pone en jaque la dignidad emocional y racional de sus cordiales personajes a través de pequeñas dosis milimétricas de vergüenza ajena y falso documental: lo que llamaríamos puntazos aislados que reflotan a la serie de la mera asepsia buenrollista.
El tridente que estructura la serie son tres unidades familiares que en el fondo son una solamente: un sesentón casado en segundas nupcias con una joven colombiana, madre de un púber fruto de su anterior relación; un joven matrimonio con dos hijas y un hijo en continua disputa de caracteres encontrados, y un matrimonio de homosexuales varones que acaban de adoptar una bebé vietnamita.
Por supuesto que hay entrevistas cara a cara frente a la cámara donde la sitcom adquiere dosis de reality–show, televisión basura y pornografía sentimental como la genialidad mock y post de Christopher Guest en las películas Waiting for Guffman o Very important perros, pero lo que de verdad subyace bajo la blancura de esta comedia televisiva es la lucidez que aparece en cada uno de sus capítulos sea a través de alguna frase memorable o sea bajo la puesta en escena que trabaja con cada punto espacial del plano otorgando a la escena distintos niveles de lectura: un personaje que aparece al fondo de la perspectiva y que rompe el foco de atención principal al hacer alguna gracia estúpida, la narración fuera de plano o las marcadas caracterizaciones de cada uno de sus personajes.
Sí, hablamos de arquetipos y de, en general, poca originalidad y escasa mala uva, pero esos destellos a los que se ha hecho referencia  hacen de Modern family una adorable vuelta de tuerca a la sitcom familiar que trabaja desde la visión social de clase alta las vicisitudes más elementales del rol occidental y moderno que descansa tras cada uno de sus personajes. El padre que va de colega denostando el rol clásico del cabeza de familia tradicional, lo que trae consigo escenas de patetismo: el hombre resignado por no poder asumir la fortaleza rocosa a la hora de dejar aflorar sus sentimientos; la incipiente longevidad de la tercera edad: un Ed O’Neill (el memorable Al Bundy de Matrimonio con hijos) que lucha por discernir su mentalidad rancia de su nuevo punto de vista ante las aceptaciones sociales; o el cliché del latino conquistador y esclavo de sus tradiciones, pero esta vez en la piel de un niño pre-adolescente al que se le otorgan muchas de las perlas cómicas físicas y verbales, son muestras de una serie que habla de cambios en los roles familiares para volver a hablar, al fin y al cabo,  de la misma base emocional que siempre: la unión de la institución familiar por encima de todo.
Por encima de la independencia laboral de la mujer, por encima de la libertad de expresión de los homosexuales… En definitiva, en la era Obama los cambios más esperados todavía van por el carril de deceleración. Por ahora nos conformamos con fogonazos de lucidez, aunque aparezcan aislados en unos escuetos  veinte minutos, ya que como leí en alguna columna de opinión respecto al éxito cosechado por Modern family: ”no se trata de demoler la institución, pero tampoco de reinventar La casa de la pradera“. Y es que la “familia” actual parece asemejarse más a las peculiares relaciones The Big Bang Theory.